jueves, 9 de abril de 2015

La web de la Cruz, renovada.

               He aquí la web oficial de la Primitiva y Fervorosa Hermandad de la Santa Cruz del Campo, Sangre de Ntro. Señor Jesucristo y Santo Rosario, totalmente renovada en forma y actualizada en fondo. En su día fue pionera y hoy ¿por qué no?. Disfrútenla:

www.santacruzdelcampo.org

ABRIL

               Nada más había hecho terminar de llover aquella interminable tarde abrileña de mediados de los 80. El olor a tierra mojada recalentada por un sol que se hacía hueco entre los nubarrones, que aún por la sierra dejaban caer visibles cortinas de agua, nos convocaba a mi hermano, primos Enrique, Manoli, Rosa (creo que también Isidoro y JavI) y a este que os habla a jugar a la Cruz en el patio de mis abuelos Enrique y Manuela. Mi prima Inma contaba con algo más de un mes de vida (qué ganas de que se hiciera mayor, decíamos), el resto de mis primos: José Manuel, Víctor, Fátima, María, Álvaro, Alejandro y Raúl, ni en el pensamiento de sus progenitores traerlos al mundo. 
               El solar que dejó el derribo de la antigua bodega de Flores (el Llano, para los niños de El Prao) no podía hacer más honor a su nombre: una densa alfombra de jaramagos, amapolas y margaritas hediondas formaban caprichosas formas junto a los meloncitos, malvas, conejitos y avenas locas “Cuantas más cojamos, mejor” decíamos. Todo era poco para adornar nuestro pasito que ya mi abuela estaba conformando con todo el primor que una madre de madres puede ofrecer a los hijos de sus hijos. Una enorme (desde la perspectiva de unos mocosos como éramos) caja de cartón (¿o era un tabal de frutas?) cubierta con papel de regalo “con cositas colorás”. La cruz, dos tablas pintadas de rojo, una tira de papel de aluminio eran las bandas y el arco dos varas de esparraguera salpicadas con florecillas, de las mismas que cogíamos en el llano. Mi prima Rosa era la Hermana mayora (sí, mayora), con un palo de escobón como vara. Mi prima Manoli, cual Mariquilla terremoto, pendiente de todo (ahí, apuntando maneras) Mi primo Enrique y yo éramos los que llevábamos el paso y para evitar disputas sobre quien iba delante y quien detrás (a cabezones no nos ganaba nadie), optábamos por ponerlo de lado y cogerlo por los costados. Mi hermano hacía de banda aporreando un bombo cilíndrico de detergente y… a darle vueltas al patio. Había que echarle imaginación para ver en aquello tan solo un mal remedo de lo que veíamos en nuestros mayores (de eso se trataba, de echarle imaginación), sólo interrumpíamos el juego cuando, desde el salón se dejaba oir la sintonía de Barrio Sésamo y la abuela nos tenía preparados los bocatas de nocilla o, una exquisita tarta de galletas como sólo ella sabe hacer. Nada más hacía empezar el tostón de Planeta Imaginario (para planeta imaginario, el que teníamos montado nosotros), salíamos como potros de nuevo hacia el patio a segur dándole vueltas a nuestra cruz. Mi abuelo, siempre tan bromista y guasón con sus nietos, nos decía “qué aburridos, no echáis ni vivas ni ná”, otras veces nos decía “a ver, qué banda queréis que os contrate” o “¿cuándo vais a sacar el Romero?”. Hasta “Lesly” (nombre más ochentero, imposible), una perrita de pelo lanoso que tenía mi abuela, nos hacía compaña. Cansados de tantas vueltas por el patio, no sin antes jugar al más difícil todavía pasando por la frondosidad del jazmín, hacíamos la recogida bien en la vaqueriza que había en el corral o bien en el cuarto de aseo, cuya puerta daba al patio. 
               
Desde las cuatro esquinas, en la otra punta del pueblo, se dejaba oír una salva de cohetes, signo inequívoco de que algo se estaba moviendo por la calle Cruz (por eso llovió horas antes… no falla). A la sordina de aquel estruendo, desde dentro de casa, quizás mi abuelo o quizás alguno de mis tíos, se escuchaba “!VIVA LA COLORAITA!”, a lo que respondíamos en un despelleje de garganta “¡VIVAAAA!”