martes, 30 de agosto de 2011

Transparencia.

               Así es. Ahora resulta que los políticos (no todos, a Dios gracias) se quieren lavar las manos y quedar de santitos haciéndonos ver lo buenos y honrados que son porque, claro, hay que hacer leyes que promuevan la transparencia en su gestión. ¡Ole ahí!, yo es que me quedo a cuadros.

               ¿Se imaginan que haya que hacer leyes para que los maestros firmen las actas de evaluación, o para que a los carpinteros no se les olvide el martillo en casa, o que los locutores de radio se coloquen correctamente el auricular antes de entrar en antena...?. Definitivamente, la tontuna nos ha invadido, así de claro.

               A ver... lo diré despacito para que se me entienda: Estimado político (omito el "/a", porque en el masculino neutro caben también las políticas... y ahora táchenme de machisto, perdón, machista) de distinto color y pelaje, la transparencia es un valor que se os tiene por obvio, por el mero hecho de ser las personas elegidas por el pueblo para administrar los bienes que son comunes a todos. ¿Te queda claro, o hay que hacer también un decreto para hacertelo ver?.

               La verdad, no me quiero imaginar cómo debe estar el patio como para que tengan que regular, a golpe de ley, algo tan por supuesto en la clase política. Da a entender que hasta ahora todo ha sido el... eso mismo de la Bernarda. En esta piel de toro seguimos con la misma cantinela de siempre: que me regulen hasta lo que tengo que comer... porque me es irresistible caer en la tentación. ¿Acaso no tenemos la suficiente capacidad ética y moral?

               Aquí dejo un video de políticos que... en fin. Si es que encima hay que reirse.

jueves, 25 de agosto de 2011

Revista de Feria 2011

               Decía el año pasado que, a estas alturas, ya no me entusiasma este tipo de publicaciones…, y no porque esté mal hecha, al contrario, sino simplemente porque ya no la espero con tantas ganas como antes.


               También decía el pasado año que no me gusta que las Hermandades intervengan donde no les compete…. que ya éstas tienen sus propios medios para llegar a su público.

               También dije el pasado año que ya que el Ayuntamiento se toma la molestia de invitarlas a que escriban, que lo haga con todas.

               Y dije también que me alegré mucho no ver nada escrito por parte de mi Hermandad de la Cruz. Este año no ha ocurrido lo mismo, obvio es que ese tipo de decisiones no las tomo yo… de cualquier forma, si la han invitado, la cortesía es un valor que hay que ejercer siempre y se ve que mi Hermandad así lo ha hecho; Ahora bien, les rogaría encarecidamente que no entren en un más que visible terreno movedizo… lo que nos faltaba es que nuestra revista de Feria se convirtiera en un mano a mano ridículo para ver quién tiene o hace más.

               Dije el año pasado que “simplemente chapó” por el artículo de mi maestro de Matemáticas (nótese que omito el prefijo “ex-“). Este año, nada más tengo que añadir.

               Por destacar algo, me llama poderosamente la atención cómo colaboradores que dicen verdades como puños (léase “GENERACIÓN Y”) tienden a ser anónimos ¿Tanto pudor hay a decir lo que se piensa con respeto, cosa que yo aplaudo a rabiar?... bueno, no soy yo quién para pedir semejante cosa, cuando en el blog firmo con el seudónimo “El Gitanillo”… aunque todo el mundo sepa quién soy.

               También destaco dos artículos de sendos amigos míos de “pandilla-reunión”… aunque resulte vanidoso, pero me siento en parte responsable del “fervor villarrasero” que ambos tienen y así lo manifiestan en sus escritos. Un abrazo a ambos… ellos saben quiénes son.

               Ahora, eso sí, lo que más celebro de la edición de este año ha sido el que no se hable del dichoso latero… ya resultaba un pelín cansino.

               También dije el año pasado que todo lo que digo no es más que una opinión muy personal.

               Disfruten.

domingo, 14 de agosto de 2011

En noches como estas...

               Es fácil recurrir al verso de Pablo Neruda.


               Hoy, 13 de agosto, se cumplen veinte años de aquella primera vez. Fue una cálida noche de Novena. Lo deseaba fervientemente desde que empecé a tener uso de razón. Sabía, bueno, intuía que si no era en aquel momento, no sería nunca. Nuestro recordado Don José el cura sólo había acabado de decir: “Podéis ir en paz”, mientras los fieles iban desalojando la iglesia yo me hacía el “longui” y me quedé sentado en el banco….. En principio tuve cierto pudor, pensaba que mi presencia allí podría resultar molesta para esa maniobra tan delicada, tal era el celo que por entonces existía en estos menesteres, ya que se podría mancillar la intimidad dada a la Imagen como si de carne y hueso se tratara. Pensaba una vez más “Tiene que ser esta noche cuando la bajen… segurísimo”. La duda se me disipó cuando, una vez cerradas a cal y canto las puertas de la Iglesia, vi a Remedios Hernández retirar los sitiales de los celebrantes y colocar uno de ellos pegado al frontal utilizándolo para subirse al altar de Cultos. Mientras tanto, varios hombres habían arrimado el paso justo al pie del camarín de la Inmaculada… no cabían dudas… aquella noche cumpliría un anhelado sueño.

               Con parsimoniosa diligencia iban retirando las copas de loza que contenían los enormes bouquets de gladiolos ya casi vencidos por los días y el calor. Apartaban, también, los candeleros centrales para abrir un hueco en el centro. Cada grada que la camarista subía y despejaba de exornos, se me antojaba como un peldaño más hacia la misma gloria.

               La visión no me podía resultar más fascinante: Presidiéndolo todo Ella, la reina y señora de este bendito pueblo. En aquella ocasión despojada de ráfagas, sólo corona y su, por entonces, sempiterno manto "juanmanuelino". Frente a Ella, a su misma altura y de espaldas a nosotros, Remedios Hernández, su camarista; a ambos lados, Juan Enrique y Alfonso Vázquez llave inglesa en mano… ni en el mejor paso de la sacra conversación. Genoveva se situaba un pelín más abajo, recibiendo las preseas que le iba pasando su compañera, ésta a su vez se lo pasaba a Ana “Lancha” que con toda la delicadeza los iba depositando sobre la mesa del altar: el cetro, los rosarios, la corona, las potencias del Niño, la toquilla, los pendientes… Todo iba pasando de mano en mano recibiendo el beso de los pocos devotos que aguardaban a pie de altar. Silencio, musitados suspiros, ruidos de nariz represores de incipientes llantos...

               No sabría a ciencia cierta decir quién fue… seguramente una de las tres santas mujeres camaristas de la Virgen, lo cierto y verdad es que alguien me cogió la mano y depositó en ella la palometa que sujeta la corona y el tornillo rosca madera de las potencias del Niño, cerrándomela de inmediato. “Toma, tenlas ahí y no lo vayas a perder”… creo que jamás hice más fuerza con la mano cerrada.

               Mientras tanto, Remedios y Juan Enrique iban quitando un sinfín de alfileres tanto de la toca (por entonces sin nada de blondas ni tocados) como de los costados. Retiraron el vetusto manto y apareció Ella sin nada, como siempre he dicho que más me gusta. La vi, menuda en la inmensidad de su altar de Novena, como en una nebulosa… no sé si por la emoción del momento o por el resto de humo del abundante incienso. Con extremado cuidado fueron bajándola poco a poco, pasando de mano en mano, hasta ser entronizada en su paso. Fuera, se dejaban oír las campanas y algún que otro cohete; dentro, un Avemaría siquiera sugerido entre un fervor ahogado por la emoción.

               Aquella noche me dio tiempo de hacerme amigo de Mariano, un chaval madrileño que, junto a sus padres, había presenciado este acto también por primera vez. Remedios Hernández, al ver que dicha familia, sin vínculo de sangre con Villarrasa, se postraba por primera vez ante la Virgen de los Remedios; fue pronta a obsequiarles un alfiler de los que llevaba prendidos en el manto. Me acuerdo como si lo estuviera viendo ahora mismo de las palabras que le dijo a Mariano: “¿ves este afilerito tan humilde y poca cosa?, pues es de la Virgen… y eso lo hace muy valioso. Toma, para ti”. Jamás supo Remedios hasta qué punto se me clavaron en el alma aquellas palabras suyas propias de un santo. Como tampoco supo, y he de confesarlo, que en aquel momento me sentí algo desairado… Más pronto que tarde me di cuenta del significado de la parábola del Hijo pródigo: “Tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”.

               Pues bien, desde entonces nunca falté a la cita, hasta diciembre de 2007 que fue la última vez. Unas veces la noche del 13 de agosto o 16 de diciembre, otras en el día de víspera por la mañana. Unas veces con el ciento y la madre allí presentes, otras en la soledad más absoluta con la ayuda esporádica de algún devoto. Las primeras veces como espectador-ayudante para acabar siendo agente. Agosto tras diciembre y diciembre tras agosto me han dado para poder presenciar de todo durante este íntimo acto, desde hombres como trinquetes agarrados a Ella a lágrima viva, como auténticos dramas personales y familiares que buscaban el último remedio donde poder aferrarse. En esos momentos es donde se palpa la hondura de la devoción de un pueblo. Esos años me enseñaron que no hace falta trajes ni medallas, ni ser el primero en los distintos actos… cualquiera de los que la ven pasar por cualquier esquina o de los muchos que van tras la cola de su manto, pueden ser un auténtico manual de devoción.

               Siempre guardaré gran respeto y, por qué no, veneración por quienes me precedieron en estos menesteres. No sé si lo hacían bien o mal (para mí, de maravilla), tampoco si hacían lo correcto o no; o si se ajustaban a lo cofradieramente establecido…. Pero nadie puede dudar de la devoción y el respeto que ponían hasta en el más mínimo detalle. Casi dieciocho años (¡vaya con la cifra!) me llevé formando parte del eslabón que hace dos décadas muchos veían peligrar. Hoy, no me veo con la suficiente limpieza de alma (a veces me lo ponen tan fácil...) como para siquiera mirarle a los ojos como entonces… o a lo mejor entonces sí creía -¡qué iluso!- que era más digno de Ella.

martes, 9 de agosto de 2011

Mejor pensado...

               No es la primera ni la última vez que me desdigo de algo. Lejos de suponer algo moralmente peyorativo ; es, por contra, un ejercicio sanísimo que recomiendo sobremanera. Dar marcha atrás en algo que teníamos pensado hacer, nos puede, a veces, librar de demasiados conflictos.

               Hace días publicaba una entrada en la que exponía mi deseo de eliminar todas las de este año y volver a empezar de nuevo. Hoy lo he pensado mejor, y las voy a dejar. Sí, así es, amigos lectores. Ahora, eso sí, estoy haciendo una purga de no te menees... y en esta labor seleccionadora, me estoy quedando con las que considero más interesantes. Ya de entrada, nada de lo que escribo me es grato a la lectura. Dicen que suele pasar más veces de lo que se piensa, no lo sé.

               Nunca se sabe en manos de quién o quiénes puede caer la Historia... por lo menos, que quede algo de lo que yo pienso, opino o, por qué no, afirmo. Aunque, en ocasiones, no me parezcan más que descargas emocionales, vomitonas de la memoria y algún que otro ripio... Si, suelo ser así de autocrítico (ejercicio que, por cierto, también recomiendo, por salud mental más que nada).

               Pues nada, tranquilidad a las masas y, sobre todo, a mis dilectos seguidores incondicionales, que sé que los tengo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Agosto.

               Azorín afirmó, en su descripción del naranjal valenciano, que el alba tiene más encanto que la aurora. En el alba se sugiere la luz, en la aurora se muestra ya casi plena. Con el mes de agosto ocurre casi lo mismo… digamos que es con respecto al invierno, lo que febrero con respecto al verano: Sigue presentando persistentemente los rigores propios de la estación… pero ya se empieza a intuir los rasgos de la próxima. Cabe pues, en estos meses más que en otros, el concepto de esperanza de algo que ha de venir. Villarrasa siempre ha vivido su agosto como el latido de un corazón: la sístole en la primera quincena y la diástole en la segunda. Tan luminoso como melancólico, tan tórrido como fresco, tan solemne como cotidiano, tan cercano como señorial, tan como Ella…


               Y tan como Ella, porque todo en agosto sabe a Ella, a Remedios. En torno a Ella se dispone este singular mes. Nada que ver la luminosidad de sus primeros quince días, con la decadente luz que precede a septiembre… o será percepción mía. El caso es que Villarrasa siempre ha guardado un traje especial para cada ocasión. Jamás ha necesitado de convocatorias ni programas para saber cuándo son sus citas importantes. La sinfonía de luces, colores y matices de cada época, a la par de recordar que ya se acercan los días grandes, ponen el escenario y el ambiente precisos a cada celebración. Al respecto me suelen decir que soy de los antiguos y razones no les faltan… me gusta cada cosa en su lugar y tiempo. Ahora es agosto, y con él, la Virgen… y ya se sabe que el villarrasero, cuando dice “la Virgen” a secas, no piensa en otra más que en la de los Remedios, su Madre y Patrona.

               ¿Habrá algo más hermoso que un amanecer agosteño?, “privilegio” que gozan los que contra toda norma, gustan de madrugar cuando sólo hace unas horas estaban de palique sentados al fresco. No sé si será porque cuando se es niño se tiende a ver las cosas de manera distinta, pero qué despertares más bonitos los de aquellas mañanas agosteñas de mi niñez. Al son de los flamencos repiques de nuestra torre, o a toque simple de misa. Y es que de mañana muy temprano se celebraba una de las Novenas que tenían lugar durante el día. ¡Qué encanto el de aquella novena matutina!, ¿por qué hubo de perderse?, mejor dicho, ¿por qué se suprimió?... ¿Dejaron de ir los fieles?, puedo dar buena fe de que no. Nada más acceder al templo, se podía ver un auténtico “parking” de carritos de la compra en la misma puerta del baptisterio. La Iglesia aún conservaba la humareda de incienso de la noche anterior. La Virgen, en inconmensurable altar, con unas cuantas de velas encendidas, no todas. Se respiraba un fervor especial, sencillo, llano, no presuntuoso, cotidiano, íntimo, familiar. Amas de casa, madres de familia que dejaban a la prole aún acostada y aprovechaban ese momento de asueto para ofrecérselo a Ella. Trabajadores a jornada completa que buscaban ese huequecito para asistir a los cultos… alguien que durante el día emprendía algún viaje… gente que asistía porque sí y punto… Personas que, encima, aguantaban los juicios sumarísimos de quienes se creían con la autoridad suficiente para ponerles en duda su devoción por no asistir a la “verdadera”, que era la de por la tarde ¡faltaría más!. Jamás logré comprender esa especie de categorías que se llegaron a establecer, como tampoco el que no se viera como una riqueza el hecho de celebrar dos novenas al día en honor de una Patrona (no todas pueden decir lo mismo). Se suprimió en 2006. Qué me gustaría que, ahora, la actual Junta de Gobierno, si no es mucho pedir, la reconsiderara.
               Si por una remota casualidad aún había alguien que no se había enterado de que eran los días de la Virgen, no faltaban repicadores y coheteros para recordarlo. Todos los días, tanto a la hora del Ángelus como a las tres de la tarde, la torre se volvía loca en un maremágnum de repiques. Había veces en que el de las doce se pisaba con el de las tres y se hacía uno sólo. Ardua tarea la del repique de entonces, se necesitaban, al menos, cuatro o cinco subidos al campanario. Ahora, con un simple botón es suficiente. En aquellos años ´80, por si no había suficiente con dos novenas al día, se celebraba también una tercera a media tarde: la de los niños, con el siempre recordado D. Rafael Infante a la cabeza. No faltaban tampoco, en este contexto, concursos de dibujo, redacción, manualidades… sí, la Patrona fue pionera en esos menesteres, como en otras muchas más cosas.

               Y por la tarde, ya casi anocheciendo, la Novena vespertina; que bien podía comparársele, la de cada día, con una Función principal de cualquier Hermandad. Revuelo de abanicos -“ris, ras”; sillas traídas de las casas que copaban los espacios sin bancos. Tres sacerdotes, al menos, con las mejores vestiduras. Más del doble de monaguillos. Los cánticos magistralmente entonados: “… de los Remedios, Madre mía…”, “…Remediadora…”, “Nos dio en Vos la Providencia …”, “Virgen Bendita, tiende tu manto …”, “Villarrasa, en ti cifró”, “…en nuestros pechos tiene su altar…”. La Virgen, centro de todas las miradas, en su altar del que sobran las palabras. E incienso… mucho incienso. Solemnidad, fastuosidad, boato… pero, no nos engañemos, con la misma validez que la de por la mañana.

               Y llegaba el 15 de agosto, aquellos quinces de agosto de mi niñez… pero ya será en una próxima entrada.